Rusiñol, como muchos artistas figurativos que ponen a prueba sus habilidades como retratistas, se autorretrató, pero sólo lo hizo en contadísimas ocasiones, a diferencia de otros artistas, que como Picasso, tienen un repertorio de autorretratos más que considerable.
El autorretrato de Rusiñol más antiguo que conocemos lo hemos reproducido en la página 170 del catálogo de la exposición Santiago Rusiñol. Jardins d’Espanya. Se trata de un pequeño dibujo a la tinta que figura en una carta dirigida a su hermano Albert. La carta no está fechada, pero podemos deducir que fue escrita hacia los primeros años de 1880. El texto de la carta está profusamente ilustrado con caricaturas de todo tipo: los encargados de la fábrica textil del abuelo, de las amiguitas que frecuentaban los jóvenes hermanos Rusiñol, de cantantes de flamenco, o incluso de mascotas. Entre estos dibujos encontramos el autorretrato de un Rusiñol muy joven, de buen aspecto y un poco presumido. Lleva un peinado moderno de la época, el pelo muy corto y un importante flequillo que cubre todo el frente, un bigote de estilo francés, con los extremos curvados en forma de espiral hacia las mejillas, la barbilla bien rasurada. No vemos aún la barba que llevó toda la vida. Va vestido con una americana que esconde una camisa de cuello duro, con una elegante corbata moteada abrochada con un vistoso lazo, y no mira de frente sino hacia un lado, sus ojos medio cerrados con una mirada algo pícara. Es un retrato de joven con un aspecto más de artista que de hombre de empresa, si tenemos en cuenta que cuando escribe esta carta aún vivía el abuelo Rusiñol a quien había de suceder como director de la fábrica textil familiar.
El segundo autorretrato es un dibujo a lápiz y carboncillo sobre papel. Rusiñol aparece de perfil, en una posición muy relajada, sentado, el brazo izquierdo apoyado sobre el respaldo de la silla. El cuerpo está ligeramente esbozado, en contraste con la cabeza que está mucho más dibujada y acabada. En la cabeza lleva una boina con visera que cubre el cabello cortado muy corto. Las mejillas y patillas están bien rasuradas, pero luce barba y bigote que cubren desde la barbilla hasta la nariz. Está fumando con una elegante pipa muy fina de caña larga. Fumador empedernido como era, el tabaco será su vicio más preciado. Aquí los labios sostienen una pipa muy a la moda, fina de caña larga. Rusiñol nunca se desprendió de este autorretrato que hemos visto en casa de uno de sus descendientes. Forma parte de una colección de veinte retratos que dibujó en Sitges y que conocemos por haberlos publicado en el Almanaque de L’Esquella de la Torratxa en 1893 reunidos bajo el título «Un Cassino de Fora», que no era otro que el Casino Prado Suburense de Sitges. El texto que acompaña el muestrario de socios del casino especifica que eran dibujos «tomados del rayo, sin elegir, sino tal como se presentan» en alusión a la rapidez en que fueron hechos. Cada dibujo llevaba un pie, que en clave venía a dar pistas para identificar el retrato. El de Rusiñol, que en 1893 hacía poco tiempo que frecuentaba el Casino, llevaba el título «Uno que habla y no es de la Junta».
El tercer autorretrato lo hizo en París en 1894. Es un cuadro al óleo que se encuentra en el Museu Nacional d’Art de Catalunya, y representa un interior del piso que Rusiñol ocupó el número 53 del Quai d’Orsay de París. En primer término encontramos a Stéphanie Nantas, que era una amiga del compositor Erik Satie, y posó como modelo para Rusiñol en otros cuadros de esta época. Aquí va vestida de riguroso color negro, sentada de perfil ante una chimenea sobre la que hay un gran espejo donde la modelo se ve reflejada, así como Rusiñol, que la está pintando. En este caso Rusiñol no es el protagonista principal del cuadro, sino sólo un reflejo, una mera anécdota del mismo. El tema no era nuevo, y parece que Rusiñol se inspiró en dos cuadros de los pintores que admiraba. Por un lado la obra del americano James McNeil Whistler Arreglo en gris y negro o el Retrato de la madre del artista que el Estado francés había adquirido en 1891 para el Museo de Luxemburgo (París) donde Rusiñol posiblemente lo vio. El otro nos remite a Las Meninas de Velázquez, donde se reflejan al fondo de este cuadro las figuras del rey Felipe IV y su esposa Mariana de Austria. En Retrato de mujer o Figura femenina, títulos con los que se conoce esta obra de Rusiñol, lo que vemos no es el autorretrato de Rusiñol sino su reflejo en el espejo que nosotros vemos como observadores y espectadores de su oficio de pintor mientras realiza el retrato de la modelo. En 1933, dos años después de la muerte de Rusiñol, este cuadro, que era propiedad del crítico de arte Carles Sunyer, estuvo expuesto a las Galeries Laietanes de Barcelona en el 1º Salón Mirador con el título Desconocida, pero este no era su título original, el cual desconocemos, así como desconocemos si nunca antes lo expuso al público.
Deducimos del escaso número de autorretratos de Rusiñol que existen que el pintor debía tener poca disposición para retratarse. Supongamos que debía considerar el autorretrato como una demostración de auto vanidad y prefirió ser retratado por otros que por él mismo. Por otra parte, la imagen de Rusiñol nos es conocida no sólo por los retratos de otros artistas, y es un ejemplo el magnífico retrato de Rusiñol en mármol de Joan Borrell Nicolau que está expuesto en el Museo del Modernismo, sino por las numerosas fotografías que nos han llegado de él. Rusiñol ha sido, sin duda, el artista catalán más retratado de su generación.